Nuestra vida
transcurre en imágenes.
La autoimagen es la
que va a determinar nuestras experiencias de felicidad y éxito o nuestro dolor
y fracaso.
Generalmente está
condicionada por las experiencias pasadas, siendo las infantiles muy
importantes.
Pero esa autoimagen
puede ser cambiada, ya que el cerebro no distingue una experiencia real de una
imaginada.
Los cambios
necesitan persistir 21 días para concretarse.
Las imágenes
mentales, tanto las internas como las externas, provocan reacciones en nuestro
cuerpo físico.
El cuerpo segrega
hormonas y sustancias que transmiten al organismo un mensaje que traduce los
estímulos de las imágenes tanto externas como internas y generan reacciones de
miedo, felicidad, placer, etc.
Reaccionamos a las
impresiones tanto positivas como negativas materializando en nuestro cuerpo lo
que pensamos.
Cuando estos
pensamientos son negativos, de autocompasión, odio, miedo, el sistema inmune se
debilita dejando al organismo indefenso y a merced de enfermedades que
generalmente expresan de alguna manera el sentimiento experimentado. Son los
llamados procesos psicosomáticos.
Así como las
imágenes nos enferman, también pueden curarnos o fortalecernos, y volvernos
físicamente sanos y mentalmente felices.
Somos creadores de
nuestro destino.
La imaginación no es
una función menor de la mente como antiguamente se creía. Ahora se sabe que la
imaginación es nuestra fuente creadora. Con ella creamos nuestra vida,
imaginando nuestras metas, nuestros objetivos, creando nuestro camino y nuestro
futuro.
La imaginación es la
que motiva nuestros actos, y los convierte en proyectos.
El éxito no se mide
en términos de objetivos externos de poder y prestigio social, sino, en sentido
y realización personal, como un triunfo de acuerdo a nuestros intereses y
aptitudes personales.
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